Juan Carlos Díaz Lorenzo. Licenciado en Historia del Arte por la Universidad de Santiago de Compostela

Si la arquitectura de Bernini tiende a una exaltación y celebración de los sentidos humanos, en la subraya la delicadeza y se propone casi reducirla a una forma de aquellos, fácilmente perceptible, incluso el más profundo impulso religioso e intelectual, la arquitectura de Borromini tiende a impresionar por medio de la interpretación simbólica y la tensión del método compositivo, la región del pensamiento, estimulando en el observador una presencia crítica.

La arquitectura de Borromini (1599-1667) nace de una antítesis entre revolución y tradición, entre regla y libertad y se nutre de contradicciones. El autor proyecta en la búsqueda de un método de construcción y de control de la forma arquitectónica, una extraordinaria carga ética.

En opinión de Portoghesi, “su arquitectura es la profecía de una cultura dominada por la razón y por sus normas, pero capaz de mostrarse libre en todos sus actos, de recrear continuamente con espíritu crítico las convenciones en las que se apoya. Frente a la burocratización del lenguaje tradicional, reacciona proponiendo una revisión crítica sin perjuicios que llegue a cuestionar los mismos principios en los que se basa la síntesis figurativa renacentista, la perspectiva y el espacio abstracto por medio de los esquemas de la geometría elemental”[1].

Francesco Borromini (1599-1667)

Borromini mantiene una actitud condicionada a las reglas clásicas, y con frecuencia roza la irrelevancia y la contradicción.

“… rogaría que se me recuerde, cuando alguna vez parezca que me aparto de los diseños corrientes, aquello que decía Miguel Ángel, Príncipe de los Arquitectos, que el que sigue a otros nunca avanza; y en verdad yo no me he dedicado a esta profesión para ser un simple copista, aunque sé que al crear cosas nuevas no se puede  recibir el fruto del esfuerzo sino muy tarde, igual que no lo recibió el propio Miguel Ángel cuando al reformar la arquitectura de la gran basílica de San Pedro era atacado por sus nuevas formas y ornamentos, muy censurados por sus rivales, hasta el punto de que procuraron muchas veces hacerle retirar el encargo de arquitecto de San Pedro, pero fue en vano, y el tiempo ha aclarado después que todas sus cosas son dignas de imitación y de admiración”[2].

Borromini acepta la gramática clásica como base y temática porque piensa que las viejas reglas pueden transfigurarse y extenderse, que una nueva metodología puede liberar, aligerar, estructurar dinámicamente el viejo discurso.

En las obras de Borromini el arquitrabe y el friso suelen abolirse para acentuar la verticalidad de los apoyos. Nace la alteración de la terminación horizontal del ritmo, la creación de alternancias de niveles horizontales, enlaces de grecas que recorren las paredes, basas y capiteles se complican en contornos limpios y continuos. Los salientes de las cornisas de extienden en profundos saltos o se reducen a unos cuantos centímetros o se contraen inesperadamente… Es decir, el orden se define en sus formas en virtud de un valor de posición respecto al organismo, con una riqueza de variaciones que no tendrá parangón en toda la arquitectura europea.

El aspecto central del pensamiento arquitectónico de Borromini es, sin embargo, el valor que atribuye al espacio, que ya no se entiende como combinación de cavidades derivadas de las formas geométricas elementales, sino como un desarrollo más profundo de aquel espacio de luz que Miguel Ángel ya había realizado en la Capilla Médici, donde la incidencia de los rayos luminosos altera de modo ilusorio la situación de los planos apriétales determinando una movilidad y una tensión que rompen la armonía y la definición de imagen de la tradición clásica.

La obra de Borromini, como la de otros contemporáneos, tuvo sus seguidores y sus detractores. Entre los primeros citaremos los testimonios de dos de ellos, Andrea Pozzo y G. B. Passeri: 

Escribe Andrea Pozzo en 1693:

“… debo hacer aquí una apología mía y de los arquitectos modernos, que, por algunas variaciones de la arquitectura, se tienen poco en cuenta, por no seguir totalmente el mundo antiguo… son para los más mezquinos el objeto más común de las sátiras y los dichos populares… pero en esto corren la misma suerte que han tenido todos los hombres ilustres… Podría dar muchos ejemplos, pero es suficiente con el del gran arquitecto Borromini, … cuyas obras fueron repetidas y envidiadas por su imaginación y su variedad; aún hoy son admiradas. Nos sentimos animados, por tanto, pues con el andar del tiempo no sólo se descubrirá la malevolencia de sus rivales, sino también su valor”[3].

Borromini. Fachada de San Carlo alle Quattro Fontane

Entre los autores que expresan un primer testimonio de aprecio por Borromini, figura Paressi:

“… el gran pensador Borromini, aunque careciera bastante de otros oficios de la arquitectura, dejó, sin embargo, en la distribución de las partes y en su relación con el todo grandes ejemplos a imitar (…) Nosotros… lo exaltamos por muchas otras dotes que tenía y que hacían excusables estas licencias suyas, pero confesamos no tener la capacidad que él tenía para embellecer tales irregularidades (…).

En el último tercio del siglo XVIII, la trayectoria de Borromini, Bernini y Pietro da Cortona, entre otros, era motivo de duras críticas en autores como Francesco Milizia (1778):

“Borromini en Arquitectura, Bernini en Escultura, Pietro da Cortona en Pintura y el caballero Marini en poesía son la peste del gusto. Peste que se ha contagiado a gran número de artistas. (…) Es bueno ver sus obras y condenarlas. Sirven para saber lo que no se debe hacer. Son consideradas como los delincuentes que sufren las penas de su iniquidad por orden las personas razonables”.

“Borromini llevó la extravagancia al más alto grado del delirio. Deformó todas las formas, mutiló frontones, dio la vuelta a las volutas, cortó ángulos, onduló molduras y cornisas y multiplicó cartuchos, caracolas, ménsulas, zigzags y mezquindades de toda suerte. La arquitectura de Borromini es una arquitectura al revés. No es una arquitectura, es un escaparate de ebanista fantástico”.

“Borromini ha sido uno de los primeros  hombres de su siglo por la magnitud de su ingenio y uno de los últimos por el uso ridículo que de él ha hecho. En arquitectura ha sido como Séneca en el estilo literario y como Marini en poesía. Al principio cuando copiaba lo había bien, pero después se puso a hacer las cosas por sí mismo, movido por un desenfrenado amor por la gloria, y para sobrepasar a Bernini cayó, por así decir, en la herejía. Prefirió ser excelente gracias a la novedad. No comprendió la esencia de la arquitectura”[4].

Tampoco puede obviarse el texto de Antonio Visentini, titulado “Observaciones sobre los ‘errores’ barrocos” (1771), en el que, entre otros, hace el siguiente comentario:

“No alcanzo a comprender cómo pueden pensar tan mal los que quieren ser llamados arquitectos. Yo los denominaría arquitectos de la confusión y no de la razón justa… ¡Pobre Arquitectura, reducida a tan mal estado! En el actual estado de cosas todo está al revés, pues lo que se va a ejecutar resulta más bien trabajo de estucadores que de arquitectos. (…) Lo que se ha practicado y lo que aún se práctica en la arquitectura, el abuso vicioso, nos lo muestra la experiencia. Se observa ciertos arquitectos que se enorgullecen de declararse apóstatas de la arquitectura a imitación de Miguel Ángel, Bernini, Borromini y también del padre Pozzi, todos ellos arquitectos viciosos y contrarios a la manera recta y verdadera que han defendido los eruditos y los maestros prácticos de la óptima antigüedad y que nos enseña claramente la propia naturaleza”.[5]


[1] Portoghesi, Paolo. Bernini y Borromini. En Historia… Op. cit.

[2] Borromini, Francesco. Opus Architectonicum (1725). En Historia…  Op. cit.

[3] De Perspectiva Pictorum et Architectorum. Trento, 1693. Acotación al “Altare capriccioso”. Citado por Eugenio Battisti. En Historia… Op. cit.

[4] Milizia, Francesco. Los abusos de Borromini (1778). En Historia… Op. cit.

[5] Visentini, Antonio. Observaciones sobre los “errores” barrocos. En Historia… Op. cit.